Desde luego no es habitual que un escritor nos remita su experiencia después de haber sido premiado en el Certamen Literario Emilio Carrère, y bueno supongo que en ningún otro concurso. Por lo que recibir un correo con este tipo de escrito es de agradecer, la verdad.
Quizás pocos lo sepan, pero organizar y llevar a cabo
un concurso literario es complicado, sobretodo en estos tiempos donde la
cultura parece haber quedado olvidada y tan solo es un recuerdo del pasado, si
ademas añadimos pocos recursos y apoyos,... se convierte en una ardua
tarea. Por todo ello nos ha encantado recibir este correo que queremos
compartir con todos vosotros, y agradecer una vez más a Martín Sacristán
Tordesillas su apoyo.
A continuación os dejamos su carta;
Cuando despertó, el dinosaurio aún estaba
allí.
Y yo, cuando desperté esta
mañana, vi que la placa del premio aún estaba sobre la mesa.
También yo estaba, aunque
lejos todavía de poder compararme a Augusto Monterroso, autor del primer
microrrelato en español. El hombre del dinosaurio, como le presentan a veces.
Muchos han oído su cuento, como él lo denominó inicialmente, y pocos saben que
forma parte de una colección donde la retranca, la crítica política, y la
parodia resultan tan cortantes y concisas, que puede equiparársele con las
letrillas satíricas que
Quevedo hizo en el Siglo de
Oro. Por eso no es fácil ser Monterroso, y por tanto no lo es escribir
microrrelatos, cabrito género capaz de reducir tus capacidades literarias a sus
mimbres. Y por tanto, presentarte desnudo en lo que vales.
Por otra parte, el género está
en auge, y no son pocos los premios que limitándote a las cien, doscientas
palabras, o cinco líneas, cuando no una frase, se convocan. Uno, que es impertinente
llamador en la mesa de los jurados, y recurrente enviador de cuartillas, o de
archivos digitales, se presenta, y revisa sólo por encima quién es el
convocante. Pues más a menudo está pendiente de la fecha y del premio.
Reconozco que dudé en enviar
mi cuento al IV Certamen de Microrrelato Emilio Carrère, pues en sus bases
ponía “premio” sin especificar cuál. Las profundidades literarias y editoriales
están llenas de abismos, y la experiencia puede hacerte a veces sospechar
maldades donde no las hay.
Lo que no podía imaginar, ni
mucho menos, es lo que me esperaba al conocer a los Carrère. No sólo son los
descendientes de quien fue en su época famosísimo escritor y seguido
periodista, hoy parcialmente olvidado. Ellos son además un grupo amante de la cultura
y las letras, lo que le deja a uno anonadado por lo infrecuente, y muy
satisfecho con la experiencia. Ayer, tras la entrega del premio, del que me
creyeron merecedor, participé de las más interesantes conversaciones. Supe de
la concepción cosmogónica de la tribu amazónica Yanomami, y su modo de ver a
los animales como humanos. De lo exquisitas que pueden resultar ciertos tipos
de seta cuando se empanan. Incluso, vergüenza me da decirlo, a mí, madrileño de
cuarta generación, que El Pardo no es un pueblo, sino un ¡barrio! de Madrid.
También me acercaron a la
figura de Emilio Carrère, cuyos libros, parte del premio, leeré por primera
vez. Sólo en un primer atisbo ya parece tan interesante como el madrileñísimo
Francisco Umbral. Pero es que además los detalles de su vida que me proporcionó
su nieto, Emilio, le retratan no sólo como un bon vivant de su época, sino como
un anticipado a su tiempo en la concepción literaria del bestseller. Si incluso
una de sus novelas fue llevada al cine por Edgar Neville, también olvidado
cineasta español.
Lo dije en la ceremonia de
entrega, ninguna ideología política puede ser una objeción a los autores, ni
literarios, ni de ningún género de arte. Porque entonces corremos el riesgo de
que como españoles nos empobrezcamos, moral e intelectualmente. Lo demuestra la
familia Carrère, aportando a las fiestas de El Pardo un brillo cultural que debería
estar presente en cualquier celebración popular de nuestro país, ya que esto somos.
También allí debería haber un polideportivo y una biblioteca, como en cualquier
otro barrio de la capital, y ya tardan.
Yo, por mi parte, sólo puedo
estar agradecido. Por la brillante placa que me reconoce como escritor, por el
estupendo trato recibido de los Carrère, y por aquellas personas del público
que se acercaron a felicitarme. Habitualmente la mayor aspiración de un
escritor suele ser el reconocimiento y el halago. No es mi caso, pues siempre
me he sentido más identificado con alguien que quiere escribir, antes que con
alguien que desea ser escritor.